Por: Arturo J. Flores
La modernidad asestó una puñalada letal en el
concepto. Además de desaparecer los álbumes que se pueden tocar (en el sentido
de lo palpable y de hacerlo sonar), la tecnología hizo que la dificultad de
llegar a la música se resuma en un clic. Incluso un disco como Confesiones A Manuela, el álbum debut
de Los Lagartos publicado en 1994 vía Culebra Records, célebre sello de BMG
Ariola dirigido por el ex Neón Humberto Calderón, se encuentra actualmente en
Spotify.
Es de culto porque fue un fracaso comercial en
su tiempo. Tanto que muy pocas personas lo recuerdan. Quienes aún conservan en
su memoria al grupo conformado por Luis Estrada en la guitarra y la voz, Adrián
Rubio en el bajo y la voz, Paco Finamori “Dr. Erotik” en la batería y el
guitarrista Jesús Roldán, seguramente lo hacen por los dos sencillos de su
segundo disco, Pelotas: Metro Busco Amor y No Sé Bailar, en cuyo video aparecen,
entre otros personajes, los cuatro Café Tacvba.
Pero el primer material de la banda de
Naucalpan, con todo y que contó con el apoyo de una disquera transnacional, se
convirtió con el paso de los años en un objeto de culto para un reducido grupo
de aferrados.
Tanto, que una copia de segunda mano en casete
se vende en más de 300 pesos en Mercado Libre.
Para escribir estas líneas hablé con Luis y
Adrián. Es paradójico cómo una obra puede rebelarse a sus creadores y volverse inolvidable,
no a pesar de, sino gracias a sus defectos. Inclusive el error de impresión en
la contraportada, con el orden invertido de los tracks 8 Escupe Lupe y 9 La
Quinceañera, se transformó en un detalle para coleccionistas.
Muchas veces se han referido al sonido de las
guitarras. El grupo no quedó satisfecho con el tratamiento que el productor
Alejandro Marcovich les dio. Estrada acepta en parte la culpa, porque antes de
entrar al estudio le pidió al entonces guitarrista de Caifanes que tomara como
referencia las de The Cars, una de sus agrupaciones favoritas.
Sin embargo, la potencia de las diez canciones
que integran Confesiones A Manuela,
es como una cuba rebajada: quienes vimos a Los Lagartos en vivo en la decada de
los 90, sabemos que Roldán sabía cómo reventar los amplificadores.
Cabe destacar que para haber sido Los Lagartos
una banda tan joven, clasemediera (a excepción de Jesús, los otros tres habían
estudiado en el Tecnológico de Monterrey), que se partió la espalda tocando en
Rockotitlán a veces para 30 pelados y en otras ni para esos, contó con un
equipo de ensueño para la grabación de su primer disco.
De entrada, con Marcovich y el ingeniero George
Tutko, que hicieron del disco debut de Santa Sabina una de las obras maestras
del rock hecho en México. Confesiones A
Manuela se grabó primero en los estudios Crystal de la Ciudad de México y
luego en los Cherokee de Hollywood, donde entre otras agrupaciones habían
trabajado Mötley Crüe y David Bowie.
Los Lagartos contaron con invitados
internacional sobresalientes. Entre ellos, estuvieron Myron Grombaher, el
baterista de Pat Benatar; Jimmy Z, que puso su armónica al servicio de Tom
Petty y los Rolling Stones, así como el productor, Alejandro Marcovich, que
además de exigir a los músicos disciplina y perfección, participó en algunos
coros y guitarras.
“Marcovich fue un productor muy estricto. Buscó
la excelencia en la ejecución, mejorar las estructuras y arreglos de las canciones
e incluso revisó las letras a detalle, aunque no era muy paciente que digamos”,
recuerda Luis Estrada.
Adrián remata: “Trabajar con Marcovich, por
decirlo de manera amigable, fue tenso y estresante”.
Sin embargo, es indiscutible reconocer que esa
tensión además de sacar chispas, rindió frutos.
Confesiones
A Manuela reúne en sus diez canciones una amalgama de géneros que van desde un vals hasta
un poderoso heavy metal, en La Quinceañera.
A cada rato brotan pasajes de punk muy ramonescos (como en Escupe Lupe), lo mismo que una suerte
de coros orquestales (Atole Con El Dedo y El Señor G), influidos quizá por
Queen. De hecho, los músicos querían, como la agrupación británica en sus
primeros discos, no utilizar sintetizadores.
Y en los que respecta a las letras, que sin
lugar a dudas llamaron tanto la atención en los 90, hay que examinarlas bajo su
contexto. Adrián y Luis está de acuerdo que muchas de ellas serían
inmediatamente canceladas en la actualidad. Incluso el bajista, autor de varias
de ellas, reconoce: “Filtro había poco o nada, pero creo que (esas letras) sí
podrían existir en este tiempo. Precisamente porque están escritas como crítica
o como reflejo del pensamiento sexista que existía y que sigue existiendo. Pero
si se cree que esas canciones son una celebración de ese pensamiento, y no
dudo que haya alguien, claro que estarían súper canceladas”.
Sin
duda, la deconstrucción que conlleva la madurez, sumada a la experiencia de
formar una familia, seguramente ha hecho a sus compositores escuchar sus
canciones con otros oídos. Pero aún así, el sentido del humor con que fueron
escritas, influido por el Botellita de Jerez, una de los grupos favoritos de
Luis, refleja la obsesión sexual de los varones adolescentes de la década. El Paso de la Muerte y Escupe Lupe hablan de la masturbación
y la eyaculación, mientras que El Señor
G aborda la dificultad por encontrar el provocar un orgasmo a la pareja.
A la par, existen canciones de amor como Mi Bruja, una oda a la procastinación Qué Güeva y hasta una declaratoria de
muerte hacia un amigo traidor Te Quiero.
Sobresale Atole con el Dedo, que lanzada en pleno relevo presidencial entre
Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, en el contexto zapatista que tanto empapó
al rock hecho en nuestro pais, muestra quizá el lado más serio de un grupo
guasón: “y si crees que estamos bien/
vete a dar una vuelta a Chalco/ y si crees que vives bien/ vete a las Lomas/
vete al Pedregal / a ver si no te da, mal estomacal”.
Ninguna de las canciones de Confesiones A Manuela integra el set
de un grupo de covers de bar. A diferencia de otros álbumes de agrupaciones
mexicanas publicados en ese mismo año, como El
Globo Negro, de La Castañeda, o Qué
Bonito Es Casi Todo, de La Lupita, no es considerado un clásico. La
mayoría de los críticos lo hizo pedazos o ni siquiera se tomó la molestia de
escribir sobre él.
Pero existe un reducido aunque fiel grupo de adeptos que estarían dispuestos a pagar buena plata por una copia usada. Eso —creo— define ser de culto.
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