-A principios de julio fuimos sorprendidos con Un-American Activities, el álbum número once en la discografía de la talentosísima Molly Nilsson, productora y artista musical nacida en Suecia pero con un corazón alemán (y del mundo), cuya música siempre lleva una dosis contestataria. Por supuesto, al enterarme de dicho lanzamiento corrí a buscarlo online y me encontré con una portada que me hizo decir “¿qué carajos?”, pues jamás había usado colores distintos al blanco y negro, además de ser ella quien aparece con ese cintillo de censura en los ojos, lo que me sin duda aumentó mi curiosidad.
Ya cuando le di play, una, dos, tres y más veces, me sentí hipnotizado por lo grandioso que es, a pesar de que tan solo dura media horita. Haré una pequeña pausa para platicarles parte del contexto que envolvió la creación de Un-American Activities, y es que el título no es de a gratis, pues la Nilsson lo compuso durante una residencia en el gabacho, la cual hizo en la que fuera casa de Lion Feuchtwange, un escritor alemán que ahí encontró refugio después de haber sido exiliado por el nazismo, movimiento evidentemente repudiado por la compositora.
Les comenté que su música siempre lleva algo contestatario, aquí no es la excepción, y es más, podría decir que su crítica es incluso más incisiva, pues abarca asuntos de coyuntura como el genocidio en Palestina y la inoperancia de los diversos gobiernos a nivel mundial; el resurgimiento de la derecha en varios países; la ironía de los Estados Unidos al pronunciar la libertad como uno de sus fundamentos (y no cumplirla); hasta incluso los tiempos de elecciones, pues se especula que el álbum fue lanzado el domingo 7 de julio, en la segunda vuelta de las elecciones en Francia.
Con esto, doy paso a la aventura musical, que es bien interesante porque después de ver una portada tan contrastante, imaginé que el álbum tendría sonidos distintos a los que nos tenía acostumbrados, y pues acerté. Por supuesto se mantiene una esencia clarísima y al escuchar su voz siempre sabremos que se trata de ella, pero me encanta ver que ha buscado explorar más sonidos, más estilos e incluso, jugar con elementos que no precisamente la caracterizan, como el spoken word o guiños a la música industrial.
Abre con Prologue: Proud Destiny, un minutito instrumental que suena colorido como la portada, y que abre el paso hacia Excalibur que bien podría ser el hitazo del álbum, y que representa muy bien esa facilidad que Nilsson tiene para compartir sonidos amenos, alegres y bailables, cuyas letras en realidad reflejan crítica, hartazgo, sátira. Excalibur es el nombre del barco en el que el escritor alemán mencionado arriba, fue trasladado hacia gringolandia.
La protesta se hace presente desde el título en Palestine (Somewhere Over the Rainbow), cuya dosis de sintetizadores medio espaciales, así como la delicada voz de Molly y un ritmo con un dejo de melancolía (a pesar de tener una esencia bailable), dan entrada a letras sensibles que hablan de la desaparición de un pueblo, y por supuesto de la complicidad que Estados Unidos tiene. Teclados medio de luto dan inicio a la synth-popera Jackboots Return, que definitivamente tiene un toque más oscuro, reflejo del resurgimiento de partidos de ultraderecha en Alemania, como el AfD, mencionado en la canción. Es aquí donde la escuchamos hablar, no precisamente, cantar.
Por supuesto que hay elementos bien ochenteros en su música, como en Wetcheeks que es un poco más lenta, pero que nos evoca un poquito a ciertos soundtracks de la cultura pop ochentera. Red Telephone me gusta bastante, tiene un bajito medio a la The Cure, y un sonido que puede ser una rica combinación entre el post-punk con lo-fi y synth-pop. Es de esos temas fáciles de cantar. Naming Names tiene un sonido hasta como de recreo, como si se juntara un grupito de amigos a cantar y mover la cabeza de un lado a otro mientras ven a su amiga la cantante.
Contrario a otros álbumes donde quizá la parte final se torna monótona, aquí no, aquí la sueca nos da una dosis bien buena de baile y protesta, primero con The Communist Party cuyo título habla por sí solo, y donde hay un sonido medio house-ternativo que me llevó a los Happy Mondays, y donde Molly vuelve a usar el spoken work, a la Laurie Anderson. Con The Beauty of the Duty nos vamos a los antros darks a disfrutar un tema tipo Nitzer Ebb, en el que nos habla sobre la rutina de vivir para realizar nuestros deberes.
Finalmente un track que suena súper Molly Nilsson, con Point Doom cierra un álbum creativo, diverso y contestatario, pero que además tiene el don de hacernos sonreír y bailar, de generar brillo donde solo hay matices grises. Una rola que suena a despedida, y al final de un álbum que se coloca como uno de mis favoritos del 2024.
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