Lila Downs ha logrado lo que otros apenas dicen hacer: no niega sus raíces, se enorgullece de ellas, lo promueve y celebra a nuestros muertos con folclor, con cultura.
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Lila Downs - Balas Y Chocolate
2015 / Sony MusicHace 20 años logré lo que ninguno de ustedes: tener frente a mí a Lila Downs cantando a capella. En ese entonces apenas se daba a conocer y fue a entrevista a Radio UNAM, donde yo era asistente de producción del programa Alma De Concreto, conducido por Noé Cordero -que por cierto, aún sigue al aire todos los domingos después de la ausencia nacional-. Además de la entrevista cantó algunos temas en cabina, totalmente a capella. Ahí fue donde la tuve, plena, incipiente pero a la vez llena de experiencia, interpretando a pura voz Canción Mixteca.
Para mí fue un vuelco en todo lo que a cultura se refiere. Aprendí ahí como una mujer sencilla, pero con gran voz, puede transmitir con tan sólo interpretar canciones del folclor nacional, y con una vestimenta que porta con orgullo. Wow. No había conocido a nadie con esa fuerza, con ese amor por la música mexicana. Durante los siguientes años se mantuvo igual, promoviendo canciones del imaginario popular, pero al tiempo decidió actualizar su sonido. Entendió que para promover la música mexicana no necesita cantar en ranchero y ya. Vaya, se dió cuenta que la música no tiene límites y decidió extenderse.
En Balas Y Chocolate, como desde hace algunos discos, la fusion de sonidos y el eclecticismo en sus producciones es el común denominador y lo que prácticamente le ha traído mayor reconocimiento. Ese atrevimiento de romper los moldes de la música mexicana, tan arraigados en nuestra idiosincrasia que hasta creemos que es un sacrilegio reinterpretar un tema conocido como, por ejemplo, Las Mañanitas de Pedro Infante; ese arriesgue, es solo de ella. Lila sabe cómo cambiarlo todo desde dentro, reestructurarlo para darle una coherencia. El resultado es maravilloso porque a fin de cuentas mantiene la identidad sin importar cuántos géneros abarque.
Y ese es, en buena parte, el valor agregado en un disco que, además de conservar de forma ecléctica el folclor mexicano, también es una celebración por aquellos que ya no están con nosotros. Dedicado para los seres más cercano, para quienes trascendieron estando lejos de nosotros, las víctimas de la inseguridad, del narcotráfico, accidentes automovilísticos, errores médicos, huracanes, vejez, quienes todavía no debían irse, los niños, las mascotas; es para todos. Y aunque el disco se lanzó en 2015, también aplica para las víctimas del sismo de 2017 y por el Covid 19. En este disco caben todos los muertos para que los vivos celebremos que hayan trascendido, y Lila lo hace en especial por su padre.
Hay colaboraciones de lujo: con Juanes en La Patria Madrina; con Juan Gabriel con una nueva versión de La Farsante, escúchala, porque a eso me refiero con lo difícil que es reversionar un tema que ya es parte del colectivo popular, que se vuelve parte del folclor mexicano y es difícil soltarla. Pero hay más joyas en este disco: La Burra, Balas Y Chocolate, Son De Difuntos, Mano Negra, Viene La Muerte Echando Rasero, Humito De Copal o Una Cruz De Madera que, a ritmo de arrabal, son oaxaqueño, polka, bolero, corridos norteños y hasta punk logran explicar cómo en un mundo globalizado nuestra música tenga un lugar en el patrimonio cultural del mundo. No tienes que ser pop para lograr eso, tienes que promover la identidad de la tierra que naciste y para eso hay que trabajar arduo, y no precisamente sentirlo en septiembre.
Para mí está muy claro: Lila Downs ha logrado lo que otros apenas dicen hacer. No niega sus raíces, se enorgullece de ellas, lo promueve, celebra a nuestros muertos con folclor, con cultura. Discos como éste son el resultado de ello y a estas alturas ella ya no tiene nada qué demostrar, al contrario, nosotros deberíamos seguir su camino -o en su defecto adoptar uno nuevo-, porque solo la cultura nos va a salvar y la muerte nos lo va a reconocer. Cómo lo hace con todos nuestros seres queridos y ausentes. Con amor.
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