Por: Jimena Colunga Gazcón
Gran
parte de la responsabilidad de este estadio del rock le toca, por un lado, a la
generación anterior incapaz de compartir los valores e ideales con los más
chicos y por otro, a las nuevas bandas incapaces de sacar la cabeza de su
propia dimensión, haciendo música únicamente para ellos, no para otros, sin
reflexionar sobre la realidad en la que viven.
Esta
es la historia de un disco legendario cuya vida digital apenas comenzó pero que
nació para hablarle a los demás sobre un espíritu de lucha, convirtiéndose en
una pieza central del rock en México y de su historia: Guillotina.
Corría
el funesto año de 1994 en nuestro país. El levantamiento del EZLN, la crisis de
la moneda mexicana, el asesinato del candidato a la presidencia de México, Luis Donaldo Colosio, entre una serie de
convulsiones políticas y sociales varias, condicionaban un contexto del que los
niños de los 90s aprendimos hace poco pero que los jóvenes de los 90s
respiraban a cada cuadra, cada día, en cada estación del transporte público.
Mientras
el país se caía a pedazos, cuatro jóvenes de la ciudad de México seguían
trabajando un demo medio grabado de 1992 y el antecedente de otra banda, Signos Vitales, con la cual se habían abierto la puerta a los principales (y
en ese entonces, abundantes) foros del rock del Área Metropolitana. Ya habían
tocado en Rockotitlán, en el LUCC, en los distintos masivos en diferentes
delegaciones, en fiestas y en reuniones y habían llamado la atención de Warner
Music para firmar un primer y prometedor disco simplemente de rock.
Con
un montón de presupuesto en mano (no en la suya, pero sí de la disquera),
Manuel, Alejandro, “El Manco” y Jorge, se dieron a la tarea de soñar en grande
y encontrar los recursos para sonar a lo que querían sonar en ese momento.
Fuera
de México, el mercado internacional estaba gozando de una especie de plenitud
del rock en todas sus formas en donde la participación, por lo menos, era un
poco más equitativa: se podía competir comercialmente y la sectorización de
públicos estaba suficientemente definida como para co-existir en relativa paz.
Una
de las formas del rock que más poder había alcanzado para esos primeros 90s,
había nacido en Seattle, Estados Unidos, y se llamaba “grunge”. Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains, Bush, Mudhoney, Stone Temple Pilots, entre
muchos otros, habían hecho de una extraña depresión heredada de sus padres y de
la post-guerra, un nuevo sonido y una estética que ponía el dedo en la llaga de
muchas apreciaciones incorrectas sobre la juventud e irónicamente, ocupaban
posiciones altas del mercado musical en donde la lealtad al ser se empieza a
ver comprometida.
Uno
de los discos que le diera nación al movimiento se llamó Bleach, de Nirvana,
en 1989 y fue Jack Endino quien inaugurara ese sonido tan característico del grunge. Mismo Jack Endino quien un día
recibió por correo un demo y una carta de una banda mexicana cuyo nombre era
Guillotina y tenían suficiente presupuesto como para aspirar a su trabajo como
productor. Esta anécdota la narra el mismo Endino en su blog, hablando sobre
cómo el espíritu combativo y guerrillero del rock puede llegar a esas
instancias si su convicción es suficientemente poderosa.
Los
cuatro jóvenes de Guillotina llevaron a cabo con Jack, el proceso de producción
(sin saberlo) de uno de los discos más icónicos del rock en México y que
llevaría por nombre el mismo de la banda. Así nació Guillotina, en ese
funesto 1994.
Cargado
de contenido social sin llegar a tener un carácter panfletario, temas como No
se puede ceder, Todo sigue igual y Provocando al personal, reflejan un
claro descontento de esa juventud mexicana de los 90s, con letras directas y un
contraste interesante entre la alineación básica del rock y frases largas y
melodiosas que comenzaron a exponer una de las voces más características de la
escena mexicana. Así, rápidamente lograron empatizar con una audiencia masiva,
ya para ese entonces bastante sintonizada con el movimiento de música nacional
cuyo discurso y compromiso social se dejaba en claro.
La
factura de Guillotina es claramente de exportación, con un sonido bastante alineado
a lo experimentado en Seattle con el movimiento grunge, pero en español, y que excede en calidad a muchas de las
producciones nacionales de “la escena” del momento, mismo factor que fuera
condicionante para el alcance y trascendencia de muchas de esas bandas.
Mucho
brillo en los platillos de la batería; poco bombo pero reforzado por la línea
de bajo; riffs sencillos pero pegajosos y solos de guitarra, no vamos a decir
excelsos, pero sí bastante memorables, con el mismo sentido belicoso de la
letra y la voz.
La
misma portada del disco, una imagen de alguna fábrica que bien podría estar en
cualquier parte del mundo, parece una reflexión breve sobre un estado
industrializado de la actualidad y una fuerte referencia a esa estética grunge venida de Seattle. La pieza
gráfica se acompañó de la obligatoria serie de fotos oficiales del grupo
mostrando los jeans rotos y los pelos largos y descuidados del mismo movimiento
en oposición a la estética hiper-producida de otras variantes del rock y, sobre
todo, del fuerte pop maquilado en contraposición de la época.
Además
de todo lo desarrollado musicalmente, con el trabajo súper profesionalizado de
producción, Guillotina se hizo legendario por poseer esa especie de tótem tan
buscado y perseguido por las bandas en ese entonces y hasta la actualidad: una
originalidad en todos los sentidos, un diferenciador, un carácter único que lo
hizo destacarse de los demás. Nadie sonaba como Guillotina y probablemente
nadie haya sonado como Guillotina hasta nuestros días. Se convirtieron en el
estandarte mexicano de ese grunge ya
bastante inscrito en todas las estaciones de radio del país, aunque los
detractores les criticaran una supuesta falsedad y un sentido de imitación a lo
que estaban haciendo. Por otro lado, el disco físico se encareció rápidamente y
hasta el día de hoy es difícil encontrarlo aún en los rincones más guerreros
del Tianguis Cultural del Chopo.
Lo
cierto es que, al mismo tiempo de compartir los escenarios y los masivos con
las bandas más consagradas del panorama en la época, Guillotina no se parecían
a nadie musicalmente hablando y compartían la garra de la juventud de entonces.
Sus shows se caracterizaron por la potencia y la energía que contagiaban a
todos y rápidamente le dieron nacimiento a los siguientes discos consolidando
no sólo su carrera sino varias de las cacth
phrases con las que todavía se diferencia al rock del resto de la música:
Rock Mata Pop o Erre O Ce Ka.
Guillotina
no llegó a ser tan grande ni tan internacional como otras bandas mexicanas del
momento y posteriores, por una serie de factores que poco tienen que ver con la
música o con la originalidad del proyecto. Es más, hay varias ciudades del país
cuyo recuerdo de la banda es prácticamente nulo y es por demás decir que varios
países latinoamericanos ni se enteraron de su existencia. Sin embargo, el
recuerdo y el poder contenidos en sus obras discográficas siguen emocionando a
los escuchas de ese periodo y seguirán dándole esperanza a los necios del rock
sintiéndose sobrevivientes en un contexto comercial completamente opuesto y
muchas veces, sofocante.
Recordada
como la única banda mexicana de grunge, a Guillotina también la impregna una
historia triste de conflictos y desacuerdos entre sus integrantes, sumado a
inconsistencias en el manejo administrativo de su material publicado, dando
origen a su ruptura y muy improbable reconciliación, tan es así, que ese primer
y legendario disco homónimo acaba de ver la luz en plataformas digitales apenas
el pasado 27 de enero después de un largo proceso y sólo después de lograr el
mismo destino para los discos anteriores que estuvieron confinados al soporte
físico hasta hace muy poco tiempo.
Por
el bien del rock y de su público, tal vez convendría, en esta ocasión, separar
la obra de los autores y sus desacuerdos para enfocarnos en esa energía y
legado del género, que, aunque parezca actualmente abanderado sólo por tíos
amargos, también se sostiene en espera de otra legión de jóvenes en busca del
vehículo para gritar desde su interior lo interno y lo externo, directo y a la
cabeza.
Aquí
creemos que el rock está lejos de la extinción: es más bien como un gigante
descansando, guarecido en una nostálgica cueva de nicho, esperando
pacientemente el retorno del ciclo comercial o el endurecimiento del contexto
social como para gritar al respecto nuevamente.
Excelent reseña. Excepto por la parte de los desencuentros de los integrantes, lo cual es más un mito urbano qué una realidad. Att Manco
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