Por: Saúl Ordoñez
-Diamanda Galás es una artista
extraordinaria. No solo por su virtuosismo en el piano y su rango vocal de 5.4
octavas y un semitono, sino por su muy particular estética, sustentada en su
férreo compromiso ético y político para con ciertas causas. Su identificación
con las minorías oprimidas y con las víctimas de crímenes históricos,
especialmente de aquellos que han tratado de ser obliterados por los poderosos
y, por tanto, con aquellas que los verdugos han tratado de silenciar y enterrar
en el olvido, a quienes da voz en su obra, ciertamente le ha acarreado
controversias. Y también, mucho más importante, hace que buena parte de su
discografía resulte difícilmente audible hasta para sus fans incondicionales.
Pues, incluso los oídos más duros se estremecen por esas voces torturadas, no
en un infierno espiritual ni metafísico, sino en los infiernos de la historia y
el sufrimiento.
Diamanda Galás es una gran performer. Se adueña de los
escenarios con su sola, enorme y fuerte presencia. No necesita más que su
piano, sus micrófonos y un juego de luces y, por su puesto, su arte fuera de la
norma, para sumergirnos en sus atmósferas de pesadilla. Es legendario su álbum
doble Plague Mass, grabado en vivo el
12 y 13 de octubre en la catedral de San Juan el Divino, en Nueva York, una
misa de la plaga en toda orden, donde interpretó canciones de su trilogía de Masque of the Red Death, dedicada a las
víctimas del VIH-sida. Hoy, ha publicado su más reciente álbum, nombrado
simplemente Diamanda Galás in Concert
donde nos ofrece siete canciones grabadas en directo, en su muy particular e
inconfundible estilo.
A
sus 68 años, naturalmente, la portentosa voz de Diamanda Galás no ha permanecido inmune al paso del tiempo. Ahí
siguen sus bajos abismales y afilados altos, pero han ganado otro tinte. Hay
una piececita suelta, una fisura, una pequeña garraspera. Ha ganado en
carácter.
El
primer track es un cover de O Prosfigas.
Después de escuchar otras versiones, que, a mis oídos y desconociendo el sentido
de sus líricas, suenan festivas, me maravilla cómo la Galás se apropia de las canciones y las llena de penumbra.
El
segundo track, que precedió al álbum como sencillo, es su versión del blues A Soul That’s Been Abused. Las
contradictorias palabras, entre el amor y el odio, el perdón y la venganza, de
una víctima a su abusador cobran especial crudeza en la voz y estilo de Galás, con sus gemidos y gritos, con
esos agudos vocales como agujas que se entierran bajo los ojos, tras el piano
que martillea sus bajos.
El
tercer track me golpea especialmente, pues es una recreación de La Llorona,
canción tradicional mexicana que posee innumerables versiones. Pero, la que
interpreta la Galás es fácilmente
identificable, es la que solía interpretar Chavela
Vargas. Tal vez Diamanda la
conoció en voz de la chamana y de ella se prendó. Aunque me resulta molesta la
forma en que la artista estadounidense arrastra las palabras cuando canta en
español, me estremece que haya dedicado esa interpretación a las mujeres
víctimas de feminicidio en nuestro país, a las mujeres de las maquiladoras en
Ciudad Juárez, en el Estado de México, Chihuahua, Guerrero, etc., etc. Y, con
las mujeres de Baja California, lanza una maldición, no contra los verdugos,
sino contra sus descendientes. Pues esta hechicera de raíces griegas no se anda
con medias tintas al expresar su asco, su ira y pedir venganza, retribución,
justicia.
She es una pieza de jazz donde la voz de Galás sustituye a la trompeta de Bobby Bradford para mostrar sus
capacidades como instrumento musical no supeditado a una letra, a un sentido
expresable ni traducible en palabras.
El
quinto track también me llega duro. Let
My People Go, que conocí en Plague
Mass, es la reescritura de Galás
del espiritual del mismo título. Y, si el salmo del que nació y la canción
negra comparten el ser una súplica por la liberación de la esclavitud en el
exilio, la de Galás es el lamento de
las víctimas de la pandemia del VIH-sida al oído de un Dios indiferente que
parece guardar los intereses de los poderosos.
Pardon Me, I’ve Got
Someone to Kill,
originalmente country, es otra muestra de la sorprendente capacidad de
apropiación y recreación de la Galás.
Para mi gusto, nadie como ella para causarnos escalofríos con la confesión
adelantada de un homicida.
El
álbum cierra con otra canción en griego, Anoixe
Petra. Aunque el traductor de Google no me permite apreciar su letra, lo
que leo me hace inferir que este nuevo álbum de Diamanda Galás no es tan ocasional como pudiera sugerir su título,
sino que trata del feminicidio.
Es
difícil escuchar algunas obras de la Galás;
lo es más aun comulgar siempre con sus posturas políticas o, para ser más
preciso, con sus acciones y medios. Pero, de eso se trata, ¿no? De ser
molestos. De resultar incómodos para los verdugos y los cómplices y los
poderosos y los cobardes y los hipócritas y los mustios y los sordos y los
mudos y los ciegos a voluntad. Se trata de no dejarlos dormir pensando en sus
hijos y en las Erinias, en lo que las diosas vengadoras de los peores crímenes
y de la impiedad le harán a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta el fin
de los tiempos o hasta borrar todo rastro de su sangre. Como ellos intentaron
borrar la de sus víctimas. Como ellos intentaron callar esos lamentos. Y
respondieron con burla a la pregunta de Dios: “¿Dónde está tu hermano?” Pero, hay mujeres que, incanzablemente y
cansadas, agotadas buscan los restos, un hueso o un zapato. Alguna certeza. Una
señal para el duelo. Hay mujeres que cavan y marcan tumbas. Y una, entre todas
ellas, alza la voz y señalando nos canta estremecida: “No profanarán esta
tumba. No borrarán esta tumba. No callarán nuestras voces. No borrarán nuestro
recuerdo. Ni nuestro sufrimiento.”
Diamanda Galás - Diamanda
Galás in Concert
Intravenal
Sound Operations / 2024
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