Por: Iván Cigarroa
Pido un momento de tu atención.
Para cómo van las cosas creo que esto va a terminar muy pronto. Estoy siendo observado; incluso ahora que escribo esto -tiempo después de que sucedieran los eventos que estoy a punto de relatar- debería sentir un temor de dimensiones indecibles, pero no es así.
Antes pensaba que estas extrañas experiencias solían sucederme únicamente en la unidad habitacional donde vivo, pero algunas cosas han pasado fuera de mi edificio. La que voy a relatar a continuación sucedió exactamente después de mi encuentro con la estatua de Jesucristo que se movió en plena Semana Santa.
Tras tener de nueva cuenta un sueño visionario sobre el fin del mundo, desperté sorpresivamente en mi departamento. Conforme pasaron los minutos recordé lo sucedido, pero había algo raro: me desmayé frente a la estatua en movimiento. ¿Qué pasó mientras tanto? Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando a mi cuarto entró una mujer de complexión robusta, de más o menos metro y medio y cara de pocos amigos. Se trata de la vecina del departamento 202 y es enfermera de un hospital pediátrico a un par de calles.
Con una sonrisa extraña me preguntó si me sentía mejor. Me explicó que me vio desvanecer en la iglesia y mucha gente me rodeó, y ella les indicó que soy su vecino y me trajo a su departamento. La verdad dudé de su historia porque por lo general esta señora no habla con nadie, siempre está de malas y con jetas. Le dije que me sentía mejor y me dirigí a la puerta, ella se molestó y dijo algo que no alcancé a entender mientras cerraba la puerta. Apenas llegué a mi departamento comenzó el horror y no me explicaba en ese momento cómo es que yo estaba tan campante.
Una persona enfundada en una sotana se encontraba dentro, veía por la ventana hacia el exterior. No sé si estaba ahí desde antes de que yo despertara, pero justo antes de preguntar quién era se dirigió a mí y dijo con voz cavernosa: "Tu statim in tam requiritur. Aliquam". Inmediatamente un olor fétido como el del Jesucristo inundó el lugar. Quise averiguar más, pero cuando tomé su sotana pareció deshacerse. En realidad la persona dejó de habitar el lugar y fue reemplazada por decenas de sapos que saltaban por todos lados y croaban al unísono. Eran tantos que pasaron sobre mí y se dirigieron a la cocina. Yo estaba en el suelo, aterrado. La peste no se iba pero poco después todo quedó en silencio... y yo también. Los sapos se fueron.
Salí del edificio, ya había oscurecido. Dada mi estado de salud, y entre el miedo y la extrañeza del momento, algunos vecinos me vieron de lejos y prefirieron evitarme. La realidad es que no tenía nada que ver lo anterior: cuando todos se alejaron me di cuenta que el problema era yo mismo: yo tenía ese olor fétido. De nada sirvió bañarme, de la regadera salía un líquido espeso y acuoso de color negro. No podía lavarme en el lavabo pues hilos de mierda chorreaban inmediatamente. Me mantuve con la peste y eso era algo de lo más incómodo.
Necesitaba encontrar una solución y la única manera era dormir, relajarme y pensar con claridad al día siguiente. Sin embargo después de acostarme un sonido lejano y ronco comenzó a molestarme, parecía acercarse más y conforme lo hacía se escuchaba más fuerte. Era algo parecido a esto:
Mientras más fuerte era el sonido, sentía que todos en el edificio podrían despertarse. Sin embargo, como en anteriores ocasiones, era yo el único que escuchaba. Pero a diferencia de esas veces, ahora entendía todo: "se te requiere inmediatamente en el pozo. Es hora". Era lo mismo que me dijo la persona en la ventana. Y era lo mismo que me dijo la enfermera. Acudí inmediatamente a buscarla, no me importaba la hora. Necesitaba respuestas.
Golpeé su puerta muchas veces y nadie salió. Ni siquiera los vecinos, molestos por despertarlos tan noche. Nadie. Lo que sí sucedió es que la luz se fue en todo el edificio, pero segundos después se iluminó el piso de arriba. Conforme subía se percibía un bullicio que aumentaba y una peste que se asemejaba a la mía. Así llegué al departamento 501, que tenía la puerta semi abierta. Recordé que desde lo sucedido ahí hace dos años nadie había entrado al lugar, pero la luz estaba encendida y se escuchaban voces dentro, así que decidí entrar.
Ahí se encontraba la razón de mi suplicio hasta el momento. La atracción de mi dolor como abejas a la miel. El dolor de cabeza que constantemente que me aqueja, además de mis vívidos sueños del fin del mundo y sobre todo, de los eventos sobrenaturales que he vivido en los últimos 20 años y que he relatado de un tiempo a la fecha en diferentes publicaciones: todos los vecinos del edificio. La mujer del 402, la enfermera del 202, pero lo que más me sorprendió: el dueño del 501, quien prevalecía como la última vez que lo vi: como un cavernario. Todos estaban ahí y conforme me adentré al lugar, ellos se hacían a un lado para que pudiera ver su obra maestra. Ahí, en el piso, se encontraba el cuerpo de la dama decapitada del 501... Obvio, la peste estaba a todo lo que daba, pero también había algo más.
Al fondo se encontraba Elly Kedward, la mujer de la sotana en mi departamento, a quien todos le rendían honores y sumisión. A diferencia de todas las veces que la he encontrado, esta vez se dirigió a mí amablemente. Y aunque se comunicaba en latín, yo lo entendía perfectamente: Ex tempore nati sumus et habitabit sub signo et te elegit ut sis nobis plus quam simplex omnium. Potestas penes me futuri sunt Astaroth sane maxima cupiditate placeat devotio signum. Ut nos omnes in infernis esse plane pulcherrimae.
"Por la hora en que naciste y bajo el signo que te cobija, eres más que un simple elegido para todos nosotros. Tú eres el futuro y por el poder que Astaroth me ha conferido me pide complacer tu más grande deseo en señal de devoción. Todo con tal de que nos guíes al más hermoso de los infiernos en este plano existencial".
Entendí todo eso sin problemas. Y escuchar cada palabra, saber todos los vecinos se interesaran en mí; el que Elly me buscara; o que Astaroth me eligiera; me provocaron más fascinación que horror. Ya ni siquiera intenté atacarlos o irme del departamento.
Como ellos, entendí que ser considerado tanto era el más significativo de los honores, que cada situación en mi departamento ha sido un regalo de amor. Entender eso me enchinó la piel, volaba mi cabeza. Así que les manifesté el único deseo que me ha importado en tiempos recientes, pero que en el fondo es el más real que he querido en mi vida. Sin más se los comuniqué:
Quiero presenciar y sobrevivir al fin del mundo.
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