Probablemente
te pasó hoy antes de llegar a la escuela u oficina: la ciudad era un caos y
cualquier vialidad era complicada. El tiempo de entrada se agotaba y tienes que
buscar alternativas para llegar más rápido. Lo peor es que todos van corriendo,
desesperados, estresados tan temprano, pretendiendo que el suyo es el tiempo
más importante y que su actividad es prioritaria. Pero no lo es. La prioridad
es de los estudiantes. Es el regreso a clases.
¿Cuántos
de ustedes pasaron por esto hoy?
Aaaahhhh,
qué tiempos aquellos en que solíamos ser esa prioridad por el solo hecho de ser
estudiantes. Cuando llegaba el momento de inscribirte a un nuevo semestre, ver
a tus amigos otra vez (porque en un mundo sin redes, el teléfono de casa era el
único medio para mantener contacto y, sépanlo, no podíamos ocuparlo todo el
tiempo porque papás lo pagan “y hay de ti que la cuenta llegue alta”.
Decía.
¿Quién no disfruta la etapa estudiantil? En ese momento tú eres lo más importante.
Comprar tus útiles escolares, nueva mochila, ropa de moda, ¡los zapatos! Cómodos
y necesarios para darles uso rudo. A veces lonchera; a veces reloj o teléfono
nuevo. En la mayoría de los casos tu no gastas un solo peso. Y si lo haces o hacías,
mis respetos: tu desde esta etapa estás del otro lado. Como sea, es como ser el
centro de atención en una fiesta. Eres la prioridad. Y se siente bien. Es un
cortejo al ego.
Para
mí la mejor etapa en mi vida como estudiante fue la universidad. El verano de
1998 fue inolvidable. Bandas como Garbage, Pulp, Korn o Marilyn Manson estrenaban
discos y sonaban en todos lados. Durante las vacaciones no solía salir a algún
lado porque, a diferencia de muchos de ustedes, no soy el tipo de persona que
viaja a pueblos mágicos, regiones distintas o una playa paradisiaca, no. Me
quedaba en casa, pero tenía una gran cantidad de cosas qué hacer: jugar SNES (sobre
todo Super Mario Kart), leer cómics (que en aquel verano la extinta Editorial
VID lanzó la línea de Marvel en México), o escuchar música como la que
mencioné al principio del párrafo.
Mi
amigo Asketh solía llamarme por teléfono para vernos e ir a ver las novedades
en tiendas de discos:
-Qué
onda Iván, ¿nos vemos hoy en el metro Insurgentes?
-Va.
¿Hay algún disco nuevo?
-No
lo sé, solo quiero ir a revisar lo que hay de música electrónica.
-Perfecto,
yo buscaré novedades. ¡El nuevo de Pulp no tiene madre!
Y
ahí estábamos, como idiotas buscando novedades, admirando las portadas y
deseando trabajar para tener el dinero suficiente para gastarlo en discos. Solo
en discos. Porque solo íbamos a eso: a ver los discos. No comprábamos nada. Éramos unos jodidos soñadores inmersos en Mix Up o Tower Records.
El
tiempo se escurría lejos y los veranos eran tan confortables y largos que aún
cuando faltaban dos semanas para regresar a clases, se sentía que todavía era
mucho tiempo.
Rrrriiinggggggggg
-¿Bueno?
-Qué
onda Iván, ¿nos vemos en el metro para ir juntos a inscribirnos? Para meter las
mismas clases.
-Jajajaja
no. Este semestre no reprobé ninguna, voy con los mejores maestros.
-Jajajaja
qué manchado, ¡anda, vamos!
-Va,
va.
Les
digo, era el mejor verano. Yo viajaba desde la hermana república de Ecatepec
hasta Naucalpan con mi mochila, mi Walkman Sony con audífonos incluidos y un
buen par de pilas AA para escuchar mi música durante la hora y media que tomaba
el viaje. Llevaba mis cassettes grabados o los originales y escuchaba Push It de Garbage, que era un trancazo,
al igual que Got The Life de Korn; ¿y
qué me dicen de ¡Pum, Pum Bang, Bang!
de Los Esquizitos, Otra Vez de
Guillotina o Maligno de Aterciopelados?
La
oferta de música, comparada con lo que es hoy, era mucho menor. En parte porque
las disqueras trasnacionales e independientes eran pocas y fungían como un
filtro. Los grupos que en los años 90 surgían eran verdaderas propuestas que el
tiempo ha demostrado que llegaron para quedarse.
Las
inscripciones en la (antes ENEP, ahora) FES Acatlán eran rápidas. Solo tenías
que formarte en la ventanilla que te correspondía y en unos minutos ya tenías
tu hoja de inscripción. Lo verdaderamente complicado era hallar horarios con
los maestros que querías tomar clase y cuidar que ninguno se empalmara.
-Qué
onda Iván ¿Tomarás Historia con Lupito?
-¡Claro!
Si me voy con Eligio ya estuvo que repruebo.
-Jajajajaja.
Oye, vamos al Tercer Mundo ¿no? Por allá estarán algunos otros de la
generación.
¿Estarán
el “Playmobil” o “Ceja de Chocorrol”?
-Jajajaja,
no, ellos no.
-Entonces
vamos.
En
la universidad solía encontrarme amigos de la generación con quienes todavía
hoy día tengo contacto, así como de otros a quienes siempre admiré: Timo, ex
bajista de Cena de Negros; Manuel Suárez ex vocalista de Guillotina y hoy
vocalista de Motor; o al buen Amed Cossío, que en ese tiempo también era estudiante y ahora es locutor en Reactor 105.
Asketh
gustaba más de la música electrónica. Yo del metal y todas sus variantes. Éramos
grandes amigos. Su gran paradoja es que le gusta ese género musical, pero no es
nada entusiasta de las nuevas tecnologías. En 2003 perdimos el contacto. Se retomó en 2005. A principios de la década me buscó y
nos vimos, pero después volví a perderle la pista y no he vuelto a saber de él.
Y
al igual que el regreso a clases (con todo y el ajetreo diario, el tráfico de
la ciudad y las friegas diarias de viajar de un lugar a otro), extraño a mi
amigo.
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